El enojo es no poder controlar las circunstancias que nos mueven, nos impactan y quizás nos hieren; es esa necesidad de engancharnos a todo aquello que no está bajo nuestra posibilidad de cambio y termina por frustrarnos.

Para mí, el enojo es la no aceptación del hecho que provocó ese sentimiento, que muchas veces, proviene de una memoria estancada del pasado; de aquellas heridas no sanadas, de personas que se fueron y quizá no regresaron; o nos remonta a una situación no trascendida a la que nos hemos aferrado.

Estoy segura que todos hemos tenido situaciones donde el enojo nos controla y nos lleva a hacer o decir cosas que nos alejan de quienes realmente somos. ¿Recuerdas cuando hablamos de la tristeza? Pienso que el enojo es una de sus máscaras defensoras.

Una vez mi hermana me hizo un comentario que me enojó mucho, por supuesto lo que dijo me cegó y las palabras que salieron de mi boca fueron: No quiero volverte a hablar en mi vida. ¡Auch! Claro, no pensé en lo que dije, porque estaba tan envuelta en mi enojo que en vez de dominarlo, terminó por dominarme; tiempo después comencé mi diálogo interno y comprendí que mi reacción fue en defensa propia, porque lo que dijo me recordó una fuerte herida interna que llevaba años cargando y que en el fondo me entristecía; eso no la justifica, sólo la hace tan responsable como a mí, porque finalmente, todos somos responsables de lo que decimos, hacemos, pensamos, pero sobretodo, de las acciones que decidimos tener ante cada situación.

Buda dijo:

Quien te enoja , te domina.

Yo creo que es verdad porque vamos dejando nuestro poder personal a las situaciones, a la vida, a las personas; y nos quitamos la libertad de decidir qué sentir y qué no, y se vuelve una acumulación de dolores y emociones no resueltas que nos conquistan.

En mi opinión el enojo tiene dos versiones universales: la primera es la tristeza, que vive callada porque nos prohibimos escucharla por miedo a sentirnos vulnerables; la segunda versión es esa emoción que se va haciendo dura al igual que tú y que yo, y al acumularla ¿recuerdas en que se transforma? Sí, en odio, por sentir eso que no nos gustó y lo combinamos con pizcas de rencor que se van convirtiendo en el arquitecto que diseña nuestra vida.

Pienso que muchas personas caminan con el escudo del enojo porque los hace sentir poderosos, fuertes, creen que de esa manera podrán imponer la realidad que su cabeza les dicta, y van con la espada desenvainada preparándose para cualquier ataque; con la bandera en la mano que dice: primero te mueres tú, antes que me mate yo, y al final, terminan eligiendo la segunda opción. Triste ¿no crees?

Si decides estar enojado hazlo, vívelo y siéntelo, con la promesa de que hoy o el día de mañana ese enojo que te cegó unos momentos no se traduzca en la visión de tu vida, ¿y sabes? si lo ves con detenimiento, te puedo asegurar que no estás enojado, sólo sientes miedo, miedo de ser feliz, miedo de ser tú. Te pido, de mi parte le mandes un mensaje a ese miedo con lenguaje de enojo: Sí, me enojo hasta la entraña, hasta la bilis y hasta el alma, pero gracias, hoy ya es hora de que te vayas.

Con todo mi cariño,
Shary ChavLó.