Cuando decidí emprender mi camino en el mundo espiritual, quedé fascinada por las posibilidades que podía alcanzar a través de la meditación, los ángeles, la energía, la divinidad y por supuesto, yo misma.

En ese proceso de descubrimiento interno todo parecía sencillo, hasta que las actitudes de otros comenzaban a parecerme irracionales, los criticaba en modo muy espiritual y claro, los enjuiciaba desde mi posicionamiento sobre lo que yo creía bueno o malo.

En el camino me encontré con otra clase de estudios más científicos; esos aprendizajes me llevaron hacia el mismo camino de encuentro personal pero desde otra puerta más obscura para observar lo más retador de mi misma, y fue en esos rincones sin luz, que llegué a mi niña interior.  

Me pareció increíble como una persona que había dejado de ver hace más de 20 años  pudiera moverme de formas tan determinantes en la vida; en ese encuentro agridulce aparecieron mis padres, pero no esos padres que yo ilusionaba como los mejores sino dos seres extraños que también se sentían dolidos mientras me educaron.

“El mundo está rodeado de niños heridos en forma de un adulto roto.»


Shary ChavLó.

Siempre he sido una persona muy entregada a las relaciones, el trabajo, los proyectos y hasta en mi vida adulta, los estudios comenzaron a tomar mucha importancia; me inscribía a cursos, diplomados, talleres y todo lo que me pareciera interesante y lo hacía sin comprender por qué necesitaba llenarme de conocimiento; por supuesto, para mi parte consciente era completamente normal pero para mi parte inconsciente, había una disfuncionalidad que me impulsaba a esa necesidad.

Recuerdo que de niña siempre fui sumamente introvertida, me hacía cuestionamientos bastante complejos referentes a la vida y siempre vivía en mi mundo; para mi padre era sumamente importante que mi hermana y yo tuviéramos buenas calificaciones y nunca nos dejaba faltar a la escuela; dentro de sus condicionamientos siempre nos dijo que teníamos que estudiar para convertirnos en alguien.

Cuando recordé las palabras que me decía mi papá,  por fin di en el clavo de esa necesidad que tenía sobre querer acumular estudios; entendí que estudiaba no precisamente para aprender, sino por el reconocimiento que necesitaba de mi padre y por fin, él me viera como alguien valiosa.

Cuando eras niñ@ tus padres se encargaron de programarte con todas esas creencias que ellos consideraban como un método efectivo de educación, dentro de éstas estaba que: “no lloraras, porque si llorabas no arreglarías nada, si te enojabas perdías, si llorabas te pegarían o quizás te pedían que no estuvieras triste porque no sabían cómo lidiar con tu tristeza, la cual ellos tampoco tuvieron derecho de sentir”.

Esos bloqueos se convirtieron en el analfabetismo emocional que te impide comprender tus estados emocionales como propios.

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Puedo decirte que el camino espiritual es uno de los más gratificantes pero a la vez, uno de los más retadores, porque esas críticas, juicios y condenas hacia los demás provenían de lo que yo escuché y recibí de niña; ten en mente que siempre será más sencillo culpar al entorno de cómo nos sentimos, en lugar de responsabilizarnos de nuestras emociones, porque tomar responsabilidad implica dejar de manipular a través de ellas.

En el camino espiritual he perdido a personas a quienes entregaba mucho de, pero mi intención verdadera era dar de “más” con el beneficio de sentirme reconocida y amada; en esas relaciones descubrí mis celos, posesiones, carencias y dependencias, ese despertar me ayudó a comprender quién soy y me permitió reconciliarme con los patrones que me heredaron de niña. Esto me enseñó que todo lo que vivimos está directamente relacionado a nosotros mismos; los demás son sólo la herramienta que usamos para vernos tal cual somos.  

Encontrar a tu niño interior no consiste en recordar la ilusión en la que vivías sino llegar a esos lugares en los que no encontraste consuelo, aceptar esos golpes injustificados que no supiste comprender en ese momento y que olvidaste, porque te pudo más el amor hacia tus padres; o quizá, no alcanzaste a perdonar esas palabras tan hirientes que preferiste guardar y ahora las expresas como defensa hacia los demás; en esas dolencias se encuentra el resultado de tu niño interior y de quien te corresponde hacerte cargo hoy.

La educación que recibiste en casa fue parte fundamental de tu desarrollo psico-emocional, quizá sólo veías a tus padres pelear o posiblemente percibiste de ellos su desprecio porque hay padres que simplemente no pueden amar a sus hijos y todo ello, impactó en la forma en la que percibes tu entorno. Recuerda que nuestros padres no se ocuparon de cuidar nuestra consciencia emocional sino de las tareas básicas que eran mantenernos, educarnos y alimentarnos; y a pesar de la incomprensión de sus actitudes, lo único que nos queda es aceptarlos como son, porque esa información transmitida no les tocó a ellos trascender; hoy nos corresponde  a nosotros como hij@s y por supuesto, como una nueva  generación que busca un cambio.

Quiero decirte que como adultos ya no estamos en el posicionamiento de pedir amor, ahora se trata de darlo; deja de juzgar a tus padres creyendo que lo hicieron mal, ellos al igual que tú también fueron hijos y a pesar de las enseñanzas que percibiste como injustas y dolorosas, ahora es tú turno de hacerlo de otra manera anteponiendo el amor como un servicio a otros.

En alguna parte de nosotros, vive un@ niñ@ que se ve a través de la cara de un adulto y para reconciliarnos con él o ella requerimos verl@ con toda esa compasión y amor que posiblemente le negaron; créeme que ese niñ@ está tan asustado como tú y lo único que te pide es que le escuches y lo orientes a entenderse; así que regálale el tiempo que no le dieron, permitirle llorar lo que no pudo y hazle sentir a salvo con esas emociones que las etiquetaron como prohibidas; porque nuestro niñ@ interior es la llave de nuestra libertad o de nuestra eterna condena; por lo tanto, permite que sea él o ella quien te enseñe en consciencia cómo gestionar tus emociones sin que sientas vergüenza de cómo se sienten cuando las experimentas.

Te abrazo,
Shary ChavLó